"El viaje más infinito que te puedo prometer llega sólo hasta el domingo más triste de cada mes..."

lunes, 20 de diciembre de 2010

Antonio Gala

A continuación dos bellísimos poemas de Antonio Gala. Me sorprende no haberlo puesto antes.


Hoy se quemas los últimos recuerdos
en un atardecer de antiguas llamas.
Voces que no entendemos nos advierten
de lo que no entendemos y nos mata,
mientras la luz a su cubil retorna
póstuma y delicada.
¿Qué hacer teniendo manos todavía?
¿Esperaremos otra vez el alba,
o dejaremos que la luna venga
a llenarlas de nuevo de fantasmas?

Hoy la ciudad parece, con la lluvia,
una mano cerrada.
El ayer reverdece en la memoria
debajo de la acacia,
y el beso que nos dieron a su sombra
los labios nos abrasa.
Quién abriera paisajes
donde olvidar el alma…
Hay flores en el aire
que olvidan dar fragancia:
va envejecido mayo
y son ya todo filos las espadas.
Corazón, nos hirieron, nos hirieron.
Ya no nos queda nada
que dar, que recibir, que arrebatarnos.
Hemos oído tantas
frases de amor que ahora
se nos desploma sorda la esperanza…
Hoy se queman los últimos recuerdos
Y se dicen las últimas palabras.

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Miró a mi corazón y dijo:”aquí.
Aquí hay sitio bastante”,
y apaciguó el amor sus estorninos
sobre mis tristes olivares.
Ensancho salas, avenidas,
la herida seca de los cauces:
desconocido quedó todo
por los pasillos familiares.
Qué cánticos de luz. Qué aromas claras.
Qué danza próxima y distante.
Cómo saltaba y florecía
por las enredaderas de la sangre.
Florecía. Saltaba. Florecía
de nuevo. Su sabor teñía el aire.
Alteradas, las ramas prometieron
redondear en frutos el instante.
¿Qué luna allí no hubiese concurrido?
¿Qué ruiseñor callara allí delante?

Ojos palparon, bocas acechaban.
Las roncas manos jadeantes
alzaron triunfos de jazmín
sobre los hombros del más frágil.
El tallo olvidó lo que sabía
porque aprendió la flor lo que no sabe.
Oh, inesperado. Oh, anhelado.
Cuando es vivir más importante,
la lengua quiere gritar: “¡Vivo!”
(Cerrad los ojos y olvidadme.
No envilezcáis ni la alegría
de ayer, ni la tristeza que ahora hace
ponerse el sol. Todo es sagrado;
todo es fecundo y adorable.)

Porque no brotan flores de la piedra
y en Betel vence siempre el Ángel,
tañe el amor su lira de oro
a un universo irremediable.
Mudos los labios del que sepa;
muda su voz. Que solo canten
los que en las manos tienen rosas
y siembran rosas y las pacen.
¿De qué vale la rosa imaginada
cuando hablan rosas a millares?

Yo miro manos, miro pechos,
miro relámpagos, paisajes,
nardos donde la aurora se posaba:
miré un jardín interminable.
Creció la miel que no razona
en la aridez de mis canchales.
Abrió ventanas matutinas
a relucientes pleamares…
Ya no. Ya no. Ya no encontramos
para seguir causa bastante.
Lo que ha de morir, muera; lo que ha
de pasar sin llevarnos, pase;
lo que va hacia la noche, que se oculte;
que no despierten al cadáver.
Vaya la rosa con su olor a cuestas,
el recuerdo, conmigo, y yo con nadie.

Repetiré, repetiré la dicha
que canté sonriendo, eterna, antes.
Miente la sed de quien se queda;
la verdad es de aquel que parte.
Miró a mi corazón –miraba-: “aquí.
Aquí hay sitio bastante.”
Y de un hachazo derrocó
el olivo más alto de la tarde.

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