"El viaje más infinito que te puedo prometer llega sólo hasta el domingo más triste de cada mes..."

jueves, 8 de agosto de 2013

320 Días (Hace un año) - Andrés Suárez




"Hace un año
estábamos aquí sentados,
riéndonos juntos,
hablando
de ver en directo a Ferreiro.

Jugando
a ver quién se ríe primero,
mirándonos tan fijamente,
follando con la cama en frente
y el suelo mojado.

Y ahora
soy solo el despojo de hombre
que ibas a llevar a la iglesia
y el suelo está seco de pena.

Y ahora
los niños te llaman cobarde
y dudas si seré un buen padre
cuando antes querías pareja.

Hace un año
cortabas mis uñas, decías:
"que mal te desvistes.
Invitas
al trago más largo del mundo."

Preparabas
la casa a escondidas.
Llegaba
cansado pero había fiesta
de gritos y bailes.
La pena
no había llegado.

Y ahora
te he visto diciendo lo mismo
a un tipo más guapo en Gran Vía.
Cambiaste tu punto de Visa
y de acera al verme.

Y ahora
que no hicimos aniversario,
que son 320 días
para abandonar este barco,
para arrebatarme la vida.
Es solo es un acorde de paso.
La clave de sol...

Y ahora  y ahora
Y ahora  y ahora
Y ahora  y ahora
Y ahora qué ahora
Y ahora qué ahora 
Y ahora qué ahora

Hace un año
un año
un año."

viernes, 3 de mayo de 2013

Hay una verdad universal que todos debemos afrontar...


"Hay una verdad universal que todos debemos afrontar, queramos o no. Al final, todo se acaba. Por mucho que deseara que llegara este día, nunca me han gustado los finales. El último día de verano. El capítulo final de un buen libro. Separarte de una buena amiga. Pero los finales son inevitables. Llega el otoño. Cierras el libro. Dices adiós. Hoy es uno de esos días para nosotros. Hoy nos despedimos de todo lo que nos era familiar, todo lo que nos resultaba cómodo. Pasamos pagina; pero solo porque nos vamos,y eso duele. Hay algunas personas que son una parte tan importante de nosotros que estarán ahí pase lo que pase. Ellos son nuestra tierra firme, nuestra Estrella Polar, y esa voz de nuestro corazón que siempre nos acompañará... siempre."

-Serie Castle

domingo, 3 de febrero de 2013

Leviatán

Otro fragmento del libro de Paul Auster

"Lillian es una persona salvaje. No sólo es hermosa, ¿comprendes?, también es incandescente. Temeraria, descontrolada, dispuesta a todo, y conmigo nunca tuvo la oportunidad de ser como era.
     Al final, lo curioso no era que me marchara, sino que consiguiera quedarme tanto tiempo. Las circunstancias eran tan peculiares, tan peligrosas y desestabilizadoras que creo que empezaron a excitarla. Eso fue lo que la atrajo, no yo, sino la excitación de mi presencia allí, la oscuridad que yo representaba. La situación estaba cargada de posibilidades románticas, y al cabo de un tiempo no pudo resistirse a ellas y se dejó llevar mucho más lejos de lo que había pensado. Es algo parecido a la extraña e improbable manera en que había conocido a Dimaggio. Aquello condujo al matrimonio. En mi caso, a una luna de miel, aquellas dos semanas deslumbrantes en las que nada podía salirnos mal. Lo que sucedió después no tiene importancia. No hubiésemos podido sostenerlo, antes o después ella hubiera empezado a corretear de nuevo, habría vuelto poco a poco a su antigua vida. Pero mientras duró, creo que no hay duda de que estuvo enamorada de mí. Siempre que empiezo a dudarlo, me basta con recordar la prueba. Podía haberme entregado a la policía y no lo hizo. Ni siquiera después de que le dijera que el dinero se había acabado. Ni siquiera después de que me fuese. Eso prueba que signifiqué algo para ella. Prueba que todo lo que me sucedió en Berkeley, sucedió de verdad.
     Pero no me arrepiento de nada. Por lo menos ya no. Todo ha quedado atrás, se acabó, es historia antigua. Lo más difícil fue tener que dejar a la niña. Creí que no me afectaría, pero la eché de menos durante mucho tiempo, mucho más que a Lillian. Siempre que iba conduciendo hacia el Oeste, empezaba a pensar en seguir hasta California, Sólo para buscarla y hacerle una visita, pero nunca lo hice. Tenía miedo de lo que podría suceder si volvía a ver a Lillian, Así que me mantuve alejado de California y no he vuelto a poner los pies en ese estado desde la mañana en que me fui. Hace dieciocho o diecinueve meses. Probablemente Maria Ya ha olvidado quién soy. En una época, antes de que las cosas se estropearan entre Lillian y yo, solía pensar que acabaría adoptandola, que llegaría a ser realmente mi hija. Creo que habría sido bueno para ella, bueno para los dos, pero es demasiado tarde para soñar con eso. Supongo que no he nacido para ser padre, no salió bien con Fanny y tampoco con Lillian. Pequeñas semillas. Pequeños huevos y semillas. Es sólo un número determinado de probabilidades, y luego la vida se apodera de ti y te quedas solo para siempre. Me he convertido en el que soy ahora y no hay modo de volver atrás. Esto es todo, Peter. Mientras dure, esto es todo."

Leviatán

Fragmento del libro de Paul Auster

"La historia coincidió exactamente con la ausencia de Ben. Un par de días antes de su regreso, finalmente planteé el asunto de qué íbamos a hacer cuando él volviese a Nueva York. Fanny me propuso que siguiésemos como hasta entonces, viéndonos cuando lo deseáramos. Le dije que eso no era posible, que ella tendría que romper con Ben y venirse conmigo si queríamos continuar. No había lugar para la duplicidad. Debíamos contarle lo que había sucedido, resolver las cosas lo más rápidamente posible y luego hacer planes para casarnos. Nunca se me había ocurrido que no fuera eso lo que Fanny deseaba, pero esto sólo demuestra lo ignorante que era, lo mal que había interpretado sus intenciones desde el principio. No dejaría a Ben, me dijo. Ni siquiera había considerado esa posibilidad. Por mucho que me quisiera, eso no era algo que estuviese dispuesta a hacer.
   Aquello se convirtió en una conversación angustiosa que duró varias horas, una vorágine de argumentos circulares que nunca nos llevaban a ninguna parte. Ambos lloramos mucho, implorando al otro que fuese razonable, que cediese, que mirase la situación desde otra perspectiva, pero no dio resultado. al vez era imposible que saliera bien, pero tal y como se desarrolló me pareció la peor conversación de mi vida, un momento de ruina absoluta. Fanny se negaba a dejar a Ben y yo me negaba a quedarme con ella a menos que lo hiciera, tiene que ser todo o nada, le repetía yo. La amaba demasiado para conformarme con una parte de ella. En lo que a mí se refería, cualquier cosa que fuera menos que todo, sería nada, una miseria con la cual no podría vivir. Así me quedé con mi miseria y mi nada, y el asunto terminó con nuestra conversación de aquella noche. A lo largo de los meses que siguieron, apenas hubo un momento en que no lo lamentara, en que no me doliera mi terquedad, pero no había la menor posibilidad de revocar el carácter concluyente de mis palabras.
    Todavía ahora no logro comprender el comportamiento de Fanny, supongo que uno podría desechar todo el asunto y decir que simplemente se divertía con una aventurilla mientras su marido estaba fuera de la ciudad. Pero si la relación sexual era lo único que buscaba, no tiene sentido que me eligiese a mí. Dada mi amistad con Ben, yo era la última persona a la que habría recurrido. Tal vez lo hacía para vengarse, por supuesto, aprovechándose de mí para saldar sus cuentas con Ben, pero a la larga no creo que esa explicación profundice lo suficiente. Presupone una especie de cinismo que Fanny nunca tuvo realmente, y quedan sin respuesta demasiadas preguntas. También es posible que pensara que sabía lo que se hacía y luego empezara a amilanarse. Un caso clásico de enfriamiento, por así decirlo, pero entonces ¿cómo interpretar el hecho de que nunca vacilase, de que nunca mostrara el menor asomo de arrepentimiento o indecisión? Hasta el último momento nunca se me pasó por la cabeza que ella tuviese ninguna duda respecto a mí. Si la relación terminó tan bruscamente, tenía que se porque ella lo esperaba, porque desde el principio había sabido que sucedería así. Esto parece perfectamente verosímil. El único problema es que contradice todo lo que dijo e hizo durante las tres semanas que pasamos juntos. Lo que parece un pensamiento clarificador finalmente  no es más que otro tropiezo. En el momento en que uno lo acepta, comienza de nuevo el acertijo.
    No todo fue malo para mí, sin embargo. A pesar de cómo terminó, el episodio tuvo ciertas consecuencias positivas, y ahora lo considero una coyuntura clave en mi historia personal. Para empezar, renuncié a la idea de reanudar mi matrimonio. Amar a Fanny me había demostrado lo inútil que eso habría sido y abandoné tales pensamientos de una vez por todas. No hay duda de que Fanny directamente responsable de este cambio de actitud. De no ser por ella, nunca habría estado en situación de conocer a Iris, y a partir de entonces mi vida habría evolucionado de forma totalmente diferente. Una forma peor, estoy convencido; una forma que me habría llevado a la amargura contra la cual Fanny me advirtió la primera noche que pasamos juntos. Al enamorarme de Iris cumplí la profecía que ella me había hecho esa misma noche; pero antes de poder creer en la profecía tuve que enamorarme de Fanny. ¿Era eso lo que ella estaba tratando de demostrarme? ¿Era ése el motivo oculto de nuestra disparatada relación? Parece descabellado incluso sugerirlo, y sin embargo concuerda con los hecho mucho más que ninguna otra explicación. Lo que estoy diciendo es que Fanny se echó en mis brazos para salvarme de mí mismo, que hizo lo que hizo para impedirme volver con Delia. ¿Es posible tal cosa? ¿Puede una persona realmente ir tan lejos por el bien de otra? De ser así, los actos de Fanny se convertirían ni más ni menos que en extraordinarios, un gesto puro y luminoso de sacrificio personal. De todas las interpretaciones que he considerado a lo largo de los años, ésta es la que más me gusta. Esto no significa que sea cierta, pero puesto que puede serlo, me complace creer que lo es. Después de once años, es la única respuesta que todavía tiene sentido.
    Una vez que Sachs volvió a Nueva York, pensé en evitar verle. No tenía ni idea de si Fanny iba a decirle lo que habíamos hecho, pero aunque guardase el secreto, la perspectiva de ocultárselo yo me resultaba intolerable. Nuestras relaciones habían sido siempre demasiado honestas y francas como para hacer eso, y yo no estaba de humor para empezar a contarle mentiras en aquel momento. Además, me figuraba que me calaría enseguida, y si Fanny le contaba a qué nos habíamos dedicado, yo estaría exponiéndome a toda clase de desastres. De una forma u otra, no estaba en condiciones de verle. Si lo sabía, actuar como si no lo supiera sería un insulto. Y si no lo sabía, cada minuto pasado en su compañía sería una tortura."

sábado, 13 de octubre de 2012

Tengo miedo

Tengo miedo a olvidarte. Tengo miedo a que tú, irremediablemente, ya me hayas olvidado. Que todo el pasado, hasta los buenos momentos, se conviertan en recuerdos no guardados, y que nunca más pueda contar en mi cabeza las veces que te hice sonreír. Tengo miedo a olvidarte, y olvidar si alguna vez, por remota que sea, tú me dijiste que me querías de forma sincera, si alguna vez paramos el tiempo, si alguna vez dejé de quererte así. Tengo mucho miedo a olvidarte. Pues no quiero olvidar que tú existes, y exististe, y que una vez no tan lejana tus ojos se fijaron en mí.

viernes, 12 de octubre de 2012

Tres escritos de mi pasado

Para retomar un poco el blog, que lleva abandonado más meses de los que jamás tuve la intención, y como no tengo mucho tiempo, ni tengo últimamente mucha inspiración, he decidido dejar tres poemas escritos hace unos años, de dudosa calidad, y que creo que no los he compartido aquí nunca. Si estoy equivocado, ¡pues qué le voy a hacer!

1º)

No me olvides, pedazo de un pasado,
recuerdo de varias despedidas,
ritmo de las noches locas,
principio de mi melancolía.

No me olvides, manantial de un sueño,
sangre de una nueva herida,
constelación de miles de estrellas,
inicio de un nuevo día.

No me olvides, deseo ardiente de felicidad,
cúmulo de desgracias y recaídas,
pintura de un cuadro que nunca tuvo inicio,
puerta de una muy posible salida.

No me olvides, abrazo de la tarde,
nostalgia del alma mía,
claridad en la penumbra,
esperanza de cada esquina.

No me olvides, aún no me olvides,
bello poema lleno de poesía;
ilusión remota de un futuro,
promesa olvidada en una espiga.

2º)

Eso eres.
Como el primer rayo de sol en mi ventana es lo que eres.
Como la estrella que cada día domina mi cielo.
Como el sonido de una sonrisa, eso eres.
Como el cajón con cerradura, pero sin llave.
Como el principio entrañable de un libro,
Eso es lo que eres.
Como el chirriar de las puertas,
Y de las ventanas, y de un lamento.
Eso eres.
Como el color que tienen los sueños.
Como el sabor que tienen los despertares,
Y la alegría a la que nos guía el destino.
Eso es lo que eres.

Eres como unos ojos, y una boca, y un pelo.
Eres como una nariz, y unas orejas, y un cuello.
Eres la mezcla perfecta de todos los elementos,
Unido a un carácter especial que te hace ser lo más bello.

Como el pequeño árbol que comienza el bosque.
Como la inspiración que llega cuando no lo esperas.
Eso eres.
Como una palabra y un verbo eres.
Como la hierba que crece bajo nuestros pies.
Eso es lo que eres.
Como el otoño bañado en nostalgia y recuerdos.
Como la facilidad con que llega el invierno.
Como un “buenas noches” navegando en el aire, eso eres.
Como el primer recuerdo que se tiene.
Como la voz que arropa al miedo por la noche.
Eso es lo que eres.
Como un sueño que no tiene final,
Y al que tampoco se le encuentra principio.
Eso eres.

Eres como unos brazos, y unas piernas, y unas caderas.
Eres como un ombligo, y unos pies, y unas manos.
Eres la mezcla perfecta de todo lo nombrado,
Unido todo a una simpatía que te hace ser perfecta.

Eso eres, el todo junto a la nada.
Como el día y la noche unidos, es lo que eres.
Como unos ojos preciosos que no se dejan de mirar.
Como una sonrisa perfecta que se quiere robar.

Eso, y no lo otro, eres.

3º)

Estas palabras y versos tendrían que ser de
rabia y descontrol de mi mente,
pero no será así esta vez.
No debería ser conmigo tan exigente
y debería de dejar de mirar el reloj
por ti.
No importa cuánto tiempo pase,
pues he aceptado que no paras la corriente.
Y ahora tengo algo en mi camino,
algo que me ha hecho pensar en la suerte.
Y ya sólo sé que fue bonito mientras duró,
aunque quisiera que fuera aún real.
Pero existe algo en mi camino,
y me ha hecho pensar que te suelte.
Y aunque la confusión pueble mi cabeza,
tus nubes desaparecen con el viento;
mientras, sigo subiendo por la pendiente.
Fuiste y serás importante en mi vida,
nadie puede quitarte de ahí.
Un día fuiste esa ilusión estridente,
y al día siguiente acabaste
como acaban todos los sueños imposibles,
con una hostia en la frente.
Y ahora debo decirte que hay algo en mi camino,
algo que ha llenado estas ganas de verte.
Tu imagen aún está en mi recuerdo,
pero ya aprendí a desquitarte de mi espera,
pues ahí sólo me alimentaba tenerte.
Y en este momento me duele escribirte,
pues tus labios saben en los míos
y mis ojos imaginan mirarte.
Mas ahora creció algo en mi camino
dispuesto a socorrerme.
Ya no abrazo la almohada
esperando sentir tu piel en ella.
Ya no sigo esperándote entre la gente.
Ya desapareciste de mi espera,
ya no vuelves a intentar moverme.
Ahora veo a lo lejos nuestro tren
que huye de esta estación en la que estoy.
Ahora no deseo olerte.
Y debo confesar que apareció algo en mi camino
que ya no me hace gritarte “vente”.
Y aunque ese algo me enseñó a no esperarte,
quizá aún siga añorándote,
e incluso es posible que un día llegue a llorarte;
pero no soy débil por ello,
pues sólo sincero el corazón este
que poseo, y que un día ganaste.
Y ahora he aprendido a decir adiós
sin mojarme las mejillas,
como hacen las personas que no tienen
nada que pueda perderse.
Y ahora hay algo en mi camino,
algo que me ha intentado llenar,
algo que intenta correrte,
algo que intenta la pagina pasar.
Mi vida se cruzó en mi camino
para intentar consigo misma acabar,
y acabó mostrándome una ilusión en el relente
que desprendía la luna al perderte por última vez.

domingo, 19 de febrero de 2012

El que más te ha querido

Yo soy el cuentacuentos que provoca tus risas,
el que besa tus huellas por el sitio en que pisas.
Celador de los sueños que jamás has contado,
el que aún guarda lo bueno y desecha lo malo.
El culpable, el fantoche, el canalla, el obseso;
el que incluso una noche logró robarte un beso.
Al que ya ni le miras, y has echado al olvido.
Simplemente, mi vida, el que más te ha querido.

Y soy el aguafiestas que espera que lo llames
para que, por lo menos, le devuelvas la llave
del corazón que late, que grita que es mentira.
Lo que está sucediendo es sólo una pesadilla.
El crápula, el ninot que se quema en tu hoguera,
el que, como un imbécil, todavía te espera,
el que graba tu nombre por los bancos del parque,
el proyecto de hombre que no deja de amarte.

Yo sé que nos separan el cielo y el infierno,
las terceras personas que están siempre jodiendo,
que te dicen qué digo, que te cuentan mentiras,
que te pintan lo nuestro color de despedida.
Y es tan corta la vida, y el amor no es eterno.
Por favor, no me pidas que dejemos de vernos.
Aunque no sea el sueño que tú siempre has tenido,
sólo soy, y lo sabes, el que más te ha querido.

El culpable, el fantoche, el canalla, el obseso;
el que incluso una noche logró robarte un beso.
Al que ya ni le miras, y has echado al olvido.
Simplemente, mi vida, el que más te ha querido.

sábado, 18 de febrero de 2012

Las dos palabras

Esa es mi primera palabra, mi primera confesión. No quiero morir en el estado en que me encuentro, en un estado de fealdad. Quiero que me salven. ¿Cómo puedo salvarme? Haciendo lo que no quiero hacer. Ese es el primer paso: que tengo conocimiento. Tengo que querer, en primer lugar, a quien no se pueda querer. No al brillante Bheki, sino a este. Está aquí por una razón. Es parte de mi salvación. Tengo que amarlo. Pero no lo amo. Ni tampoco puedo amarlo bastante para amarlo pese a mí misma.
Y si todavía estoy perdida en esta niebla es porque no tengo bastantes ganas para querer ser otra cosa que lo que soy.
No puedo encontrar el deseo de amarlo, de querer amarlo, de querer querer amarlo.
Me estoy muriendo porque en el fondo no quiero vivir. Me estoy muriendo porque me quiero morir.
Por tanto, déjame que te trasmita mi segunda palabra, vacilante. Si no quiero quererlo a él, ¿cómo puedo decir que mi amor por ti es sincero? Porque el amor no es como el hambre. El amor nunca queda saciado ni calmado. Cuando uno ama, sigue amando. Cuanto más te amo a ti, más tendría que amarlo a él. Cuanto menos lo amo a él, menos, quizá, te amo a ti.

domingo, 5 de febrero de 2012

Discurso de aceptación del Premio Nobel de Gabriel García Márquez y Brindis de la cena posterior

DISCURSO

Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América meridional una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. Contó que había visto cerdos con el ombligo en el lomo, y unos pájaros sin patas cuyas hembras empollaban en las espaldas del macho, y otros como alcatraces sin lengua cuyos picos parecían una cuchara. Contó que había visto un engendro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo. Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen.

Este libro breve y fascinante, en el cual ya se vislumbran los gérmenes de nuestras novelas de hoy, no es ni mucho menos el testimonios más asombroso de nuestra realidad de aquellos tiempos. Los Cronistas de Indias nos legaron otros incontables. Eldorado, nuestro país ilusorio tan codiciado, figuró en mapas numerosos durante largos años, cambiando de lugar y de forma según la fantasía de los cartógrafos. En busca de la fuente de la Eterna Juventud, el mítico Alvar Núñez Cabeza de Vaca exploró durante ocho años el norte de México, en una expedición venática cuyos miembros se comieron unos a otros y sólo llegaron cinco de los 600 que la emprendieron. Uno de los tantos misterios que nunca fueron descifrados, es el de las once mil mulas cargadas con cien libras de oro cada una, que un día salieron del Cuzco para pagar el rescate de Atahualpa y nunca llegaron a su destino. Más tarde, durante la colonia, se vendían en Cartagena de Indias unas gallinas criadas en tierras de aluvión, en cuyas mollejas se encontraban piedrecitas de oro. Este delirio áureo de nuestros fundadores nos persiguió hasta hace poco tiempo. Apenas en el siglo pasado la misión alemana de estudiar la construcción de un ferrocarril interoceánico en el istmo de Panamá, concluyó que el proyecto era viable con la condición de que los rieles no se hicieran de hierro, que era un metal escaso en la región, sino que se hicieran de oro.

La independencia del dominio español no nos puso a salvo de la demencia. El general Antonio López de Santana, que fue tres veces dictador de México, hizo enterrar con funerales magníficos la pierna derecha que había perdido en la llamada Guerra de los Pasteles. El general García Moreno gobernó al Ecuador durante 16 años como un monarca absoluto, y su cadáver fue velado con su uniforme de gala y su coraza de condecoraciones sentado en la silla presidencial. El general Maximiliano Hernández Martínez, el déspota teósofo de El Salvador que hizo exterminar en una matanza bárbara a 30 mil campesinos, había inventado un péndulo para averiguar si los alimentos estaban envenenados, e hizo cubrir con papel rojo el alumbrado público para combatir una epidemia de escarlatina. El monumento al general Francisco Morazán, erigido en la plaza mayor de Tegucigalpa, es en realidad una estatua del mariscal Ney comprada en París en un depósito de esculturas usadas.

Hace once años, uno de los poetas insignes de nuestro tiempo, el chileno Pablo Neruda, iluminó este ámbito con su palabra. En las buenas conciencias de Europa, y a veces también en las malas, han irrumpido desde entonces con más ímpetus que nunca las noticias fantasmales de la América Latina, esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda. No hemos tenido un instante de sosiego. Un presidente prometeico atrincherado en su palacio en llamas murió peleando solo contra todo un ejército, y dos desastres aéreos sospechosos y nunca esclarecidos segaron la vida de otro de corazón generoso, y la de un militar demócrata que había restaurado la dignidad de su pueblo. En este lapso ha habido 5 guerras y 17 golpes de estado, y surgió un dictador luciferino que en el nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de América Latina en nuestro tiempo. Mientras tanto 20 millones de niños latinoamericanos morían antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han nacido en Europa occidental desde 1970. Los desaparecidos por motivos de la represión son casi los 120 mil, que es como si hoy no se supiera dónde están todos los habitantes de la ciudad de Upsala. Numerosas mujeres arrestadas encintas dieron a luz en cárceles argentinas, pero aún se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares. Por no querer que las cosas siguieran así han muerto cerca de 200 mil mujeres y hombres en todo el continente, y más de 100 mil perecieron en tres pequeños y voluntariosos países de la América Central, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Si esto fuera en los Estados Unidos, la cifra proporcional sería de un millón 600 mil muertes violentas en cuatro años.

De Chile, país de tradiciones hospitalarias, ha huido un millón de personas: el 10 por ciento de su población. El Uruguay, una nación minúscula de dos y medio millones de habitantes que se consideraba como el país más civilizado del continente, ha perdido en el destierro a uno de cada cinco ciudadanos. La guerra civil en El Salvador ha causado desde 1979 casi un refugiado cada 20 minutos. El país que se pudiera hacer con todos los exiliados y emigrados forzosos de América latina, tendría una población más numerosa que Noruega.

Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de la Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual éste colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte. Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad.

Pues si estas dificultades nos entorpecen a nosotros, que somos de su esencia, no es difícil entender que los talentos racionales de este lado del mundo, extasiados en la contemplación de sus propias culturas, se hayan quedado sin un método válido para interpretarnos. Es comprensible que insistan en medirnos con la misma vara con que se miden a sí mismos, sin recordar que los estragos de la vida no son iguales para todos, y que la búsqueda de la identidad propia es tan ardua y sangrienta para nosotros como lo fue para ellos. La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios. Tal vez la Europa venerable sería más comprensiva si tratara de vernos en su propio pasado. Si recordara que Londres necesitó 300 años para construir su primera muralla y otros 300 para tener un obispo, que Roma se debatió en las tinieblas de incertidumbre durante 20 siglos antes de que un rey etrusco la implantara en la historia, y que aún en el siglo XVI los pacíficos suizos de hoy, que nos deleitan con sus quesos mansos y sus relojes impávidos, ensangrentaron a Europa con soldados de fortuna. Aún en el apogeo del Renacimiento, 12 mil lansquenetes a sueldo de los ejércitos imperiales saquearon y devastaron a Roma, y pasaron a cuchillo a ocho mil de sus habitantes.

No pretendo encarnar las ilusiones de Tonio Kröger, cuyos sueños de unión entre un norte casto y un sur apasionado exaltaba Thomas Mann hace 53 años en este lugar. Pero creo que los europeos de espíritu clarificador, los que luchan también aquí por una patria grande más humana y más justa, podrían ayudarnos mejor si revisaran a fondo su manera de vernos. La solidaridad con nuestros sueños no nos haría sentir menos solos, mientras no se concrete con actos de respaldo legítimo a los pueblos que asuman la ilusión de tener una vida propia en el reparto del mundo.

América Latina no quiere ni tiene por qué ser un alfil sin albedrío, ni tiene nada de quimérico que sus designios de independencia y originalidad se conviertan en una aspiración occidental.

No obstante, los progresos de la navegación que han reducido tantas distancias entre nuestras Américas y Europa, parecen haber aumentado en cambio nuestra distancia cultural. ¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social? ¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes? No: la violencia y el dolor desmesurados de nuestra historia son el resultado de injusticias seculares y amarguras sin cuento, y no una confabulación urdida a 3 mil leguas de nuestra casa. Pero muchos dirigentes y pensadores europeos lo han creído, con el infantilismo de los abuelos que olvidaron las locuras fructíferas de su juventud, como si no fuera posible otro destino que vivir a merced de los dos grandes dueños del mundo. Este es, amigos, el tamaño de nuestra soledad.

Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que aumenta y se acelera: cada año hay 74 millones más de nacimientos que de defunciones, una cantidad de vivos nuevos como para aumentar siete veces cada año la población de Nueva York. La mayoría de ellos nacen en los países con menos recursos, y entre éstos, por supuesto, los de América Latina. En cambio, los países más prósperos han logrado acumular suficiente poder de destrucción como para aniquilar cien veces no sólo a todos los seres humanos que han existido hasta hoy, sino la totalidad de los seres vivos que han pasado por este planeta de infortunios.

Un día como el de hoy, mi maestro William Faullkner dijo en este lugar: "Me niego a admitir el fin del hombre". No me sentiría digno de ocupar este sitio que fue suyo si no tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los orígenes de la humanidad, el desastre colosal que él se negaba a admitir hace 32 años es ahora nada más que una simple posibilidad científica. Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.

BRINDIS

Agradezco a la Academia de Letras de Suecia el que me haya distinguido con un premio que me coloca junto a muchos de quienes orientaron y enriquecieron mis años de lector y de cotidiano celebrante de ese delirio sin apelación que es el oficio de escribir. Sus nombres y sus obras se me presentan hoy como sombras tutelares, pero también como el compromiso, a menudo agobiante, que se adquiere con este honor. Un duro honor que en ellos me pareció de simple justicia, pero que en mí entiendo como una más de esas lecciones con las que suele sorprendernos el destino, y que hacen más evidente nuestra condición de juguetes de un azar indescifrable, cuya única y desoladora recompensa, suelen ser, la mayoría de las veces, la incomprensión y el olvido.

Es por ello apenas natural que me interrogara, allá en ese trasfondo secreto en donde solemos trasegar con las verdades más esenciales que conforman nuestra identidad, cuál ha sido el sustento constante de mi obra, qué pudo haber llamado la atención de una manera tan comprometedora a este tribunal de árbitros tan severos. Confieso sin falsas modestias que no me ha sido fácil encontrar la razón, pero quiero creer que ha sido la misma que yo hubiera deseado. Quiero creer, amigos, que este es, una vez más, un homenaje que se rinde a la poesía. A la poesía por cuya virtud el inventario abrumador de las naves que numeró en su Iliada el viejo Homero está visitado por un viento que las empuja a navegar con su presteza intemporal y alucinada. La poesía que sostiene, en el delgado andamiaje de los tercetos del Dante, toda la fábrica densa y colosal de la Edad Media. La poesía que con tan milagrosa totalidad rescata a nuestra América en las Alturas de Machu Pichu de Pablo Neruda el grande, el más grande, y donde destilan su tristeza milenaria nuestros mejores sueños sin salida. La poesía, en fin, esa energía secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina, y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos.

En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte. El premio que acabo de recibir lo entiendo, con toda humildad, como la consoladora revelación de que mi intento no ha sido en vano. Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía. Muchas gracias.

jueves, 26 de enero de 2012

Las sombras...

"Las sombras son pasadizos hacia el mundo de la noche, del invierno, el país de los muertos" me dijo Jack. ¡Yo necesito ir a ver! Aunque me haga daño.

Ya a los catorce años, después de mi primera ruptura sentimental, no podía dejar de ir a montar en bicicleta por los alrededores de loa casa de la chica que me había roto el corazón. Olfateaba el aire durante unos minutos y regresaba a casa tan triste como un yunque, con las piernas doloridas por haber ido en la bici contra el viento. Aquello no me ayudaba en nada, me ponía enfermo; sin embargo, no podía dejar de hacerlo. Hoy, el síntoma es el mismo, es preciso que vaya al país de los muertos.

Me doy cuenta del estrecho parentesco entre las sombras y los fantasmas, porque en el cementerio y en casa los rozo. Los veo mezclarse entre los árboles y las tumbas, en la niebla y los vapores, se parecen, con esas voces de viento. Me asustan y me atraen como sirenas. No es que esté hechizado, sin embargo sé que estoy en contacto con el mundo en el que ahora tú te encuentras.